No hay duda de que la política ha
cambiado. Queremos decir entonces que la economía ha cambiado. En el siglo
pasado, en una sociedad de manufacturas, era casi normal la sustentación de
ciertas políticas que protegieran al trabajador en tanto y cuanto era un
potencial consumidor de los propios productos manufacturados. En ese sentido,
la sociedad seguía funcionando a nivel local, las políticas y sus efectos se
retroalimentaban a sí mismas. Era de interés, por lo tanto, que existiera un
Estado del bienestar, debido a que era necesario que hubiera consumidores que
tuvieran ingresos para comprar productos.
Hubo un momento en el que comenzó
a ser posible ganar más dinero, o un dinero similar, en operaciones
especulativas, en operaciones sobre el propio dinero, que en la propia
producción de manufacturas. Es decir, era posible una ampliación del propio
capital de las empresas de manufacturas si éstas dedicaban cierto esfuerzo de
capital a operar en este tipo de operaciones. Por ello, los bancos, cajas y
demás entidades de inversión han ido convirtiéndose en núcleo de la sociedad
empresarial, por ser capaces de obtener un beneficio sin necesidad de producir
un objeto. En este sentido, es casi natural que las sociedades hayan ido
adoptando políticas más alejadas del interés común, teniendo en cuenta que no
es necesario el consumo de un producto para la existencia de un beneficio. Es
obligatoria una necesidad de consumo para obtener ciertos bienes u objetos,
pero debido a que los consumidores no van a ser educados en un consumo
racional, sino disparatado, lo normal es que las personas acaben viviendo del
crédito bancario. Tanto es así que no es raro que haya solicitudes de crédito
para pagar otros créditos, lo cual es incluso positivo para estas empresas
bancarias, que lo que hacen es transferirse una deuda, pero no obviemos que su
activo necesario es la propia necesidad de deuda. En definitiva, el dinero es
más virtual que real. No es posible que los ciudadanos dispongan todos a la vez
del montante total de su dinero, porque en definitiva, no existe como materia
sino como fluido.
Podríamos pensar que si la
política tuviera algo de política, lo normal es que elaborara leyes que
controlaran o limitaran este tipo de comportamientos. En sentido contrario, más
bien la política ha venido siendo lo mismo: efectúa su legislación y sus
decisiones en base a los intereses de las multinacionales. Pero esto sucede
como algo normal, no como un maquiavélico plan que ha venido a destruir la
democracia. Mientras sigamos usándolo de ese modo de manera argumentativa,
seguirá siendo del todo inútil.
Pero, entonces, ¿qué cambió en la
sociedad de los años 60 del pasado siglo a la sociedad de, por ejemplo, los 80
o 90? El auge de la publicidad. La publicidad se convirtió en una industria propia
y no en un propio sector de la empresa dedicada al marketing. Cuanto más fue la
accesibilidad de la población a los medios de comunicación, en especial a la
adquisición de un televisor, mayor fue la industria de la publicidad. Tener un
televisor en casa fue esencial como símbolo de progreso social, tanto como
ahora es algo totalmente normal. Sin embargo, no tenemos que irnos tan atrás
para ver hasta qué punto los cambios en la sociedad son creados a través de una
necesidad comercial (creada). Si vamos al año 2010, veremos como la mayoría de
empresas de telefonía ofrecían un teléfono inteligente gratuito por la
renovación del contrato o por el cambio de compañía. Algo que duró
aproximadamente hasta 2012 cuando el uso de este tipo de teléfonos era total.
De esta manera, ya no era necesario estar en nuestras casas para recibir
información constante, sino que la podíamos hacer portable y accesible a todas
horas. Creada una necesidad en los hábitos, el consumo de estos teléfonos sería
un negocio seguro, y probablemente, la necesidad de novedad haría que los
terminales fueran cada vez mejores en prestaciones y menores en duración. Basta
con analizar cuántos terminales hemos tenido cada uno desde 2010 o 2011 y
cuantos habíamos tenido anteriormente.
Lo que no era probablemente
esperado es que en un principio la intercomunicación total creara nuevas redes
de sociabilidad entre las personas y se aumentara su uso. Tanto es así que la
mayoría de movimientos ciudadanos fueron convocados, creados y organizados
desde internet, de manera tan masiva que se escapaba al control. La información
fluía de manera más rápida y privada, algo que colisionaba con los canales
institucionalmente válidos de información. Habían promocionado un ágora sin
darse cuenta.
Puesto que cualquier tipo de
prohibición explícita es contraria a las bases de nuestras sociedades, lo único
que tuvieron que hacer es dar espacio en los medios institucionales a las
propias comunidades que estaban surgiendo. En cuanto decidieran
institucionalizarse, morirían de éxito (y si no recordemos que las primeras
veces que Pablo Iglesias apareció en televisión fue en Intereconomía). Durante
ese transcurso, tenían el tiempo necesario para adaptarse a las nuevas formas y
redes de información. En el momento en que lo hubieran hecho las clases
dominantes, significaría que lo habría hecho todo el mundo. Esto quiere decir
que probablemente las comunidades de información y reunión pasarían a ser
propiamente simple información que discurre. Bastaría decir que la creación de
diarios informativos virtuales proinstitucionales es desde hace dos años,
masiva. Tan masiva como lo eran las plataformas y asociaciones que se estaban
forjando anteriormente. Y, una vez institucionalizada una fuerza que se
disgregaba en innumerables grupos que reclamaban cada uno su proclama en
Podemos, el espacio institucional vacío que creaba la desconexión entre la
población y la política era naturalmente rellenado. Aunque parezca mentira, no
queda tan lejana la estampa de las imágenes y las porras de los antidisturbios
metiéndose en el Metro a buscar manifestantes.
Para mostrar en evidencia todas
estas elucubraciones, basta con leer que el gobierno de México decidió no hace
mucho regalar 10 millones de televisores a la población que no pueda hacer
frente al apagón analógico (http://internacional.elpais.com/internacional/2015/01/25/actualidad/1422153958_948285.html).
A partir de aquí, cada uno es
libre de juzgar, o de acudir al bolsillo para consultar el Facebook, o buscar
el mando para encender el televisor…
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