lunes, 26 de septiembre de 2016

EL MITO DEL PUEBLO (I)



Aunque existe en nuestros hábitos cierta manía de no llamar a las cosas por su nombre, no resulta de ello que no parezca en esta nuestra época que las categorías que componen la sociedad se están deshilachando. Hay muchas ideas clave que ya yacen como caducas en lo que antes eran consideradas como realidades de hecho tales como ciudadano, nación o en el caso que vamos a tratar a continuación, pueblo.
Estamos introducidos en el meollo de un proceso histórico que ha venido a denominarse globalización, que viene a ser muy resumidamente, la colonización mercantil de los usos y costumbres de los habitantes de la Tierra. La desigualdad que produce este proceso, que ha convertido la Tierra en una gran nación capitalista ha producido los movimientos migratorios incesantes por necesidad como consecuencia de la no descolonización de África, Asia y América. Este es uno de los motivos más acuciantes por los que la idea de nación como sustentadora de todas las otras ideas metafísicas que soportan la cúspide de una pirámide representada por el Estado ha ido menguando en su contundencia discursiva. La nación, a través de categorías como el pueblo, las clases sociales (y su lucha), la ciudadanía, la soberanía,…se ha convertido en un instrumento que en asociación con otras naciones ha creado instituciones metaestatales donde se producen las luchas de poder y las decisiones que se imponen a los gobiernos que emanan, teóricamente, de todas esas categorías metafísicas a las que aludíamos recientemente.
Es a partir de esa decisión de crear una Europa como sujeto político que se ve menguada la concepción de soberanía nacional en tanto y cuanto las diferentes naciones han oficializado su pertenencia a una estructura superior nunca antes conocida. Desde esas metaestructuras supraestatales se dirigen las políticas y decisiones que toman cada uno de los brazos que se extienden en el cuerpo de una araña cuyas patas tienen la finalidad de ir hacia donde a cada una más le plazca. Por ello, una vez el cuerpo político ha sido transferido de la ciudadanía a Europa, Europa ha aniquilado la idea de soberanía nacional, idea madre de los conceptos de ciudadanía y pueblo.
El término “ciudadano” tiene connotaciones de pertenencia a una comunidad en su sentido más teológico, cuando en realidad, un ciudadano europeo no tiene porqué ser nacido en Europa, basta con que sea un habitante del planeta que con su fuerza de trabajo debidamente oficializada mediante documentos burocráticos pruebe que es capaz de subsistir en el territorio. De esta manera, las fronteras existen a ras del suelo, pero por avión cualquiera que pueda permitirse pagar un billete, es más o menos bienvenido. Básicamente, porque la pobreza siempre entra andando o nadando y nunca por cauces institucionales.
Por otro lado, la deconstrucción del término “pueblo” no es ajena a esta situación ya que desde las ideas burguesas el pueblo era una idea con bastantes connotaciones endogámicas. Rompiéndose esto, el término “pueblo” ha venido a referirse a los “ciudadanos humildes”, constatando la existencia de otro que connaturalmente al modelo de sociedad no lo es, vive aparte, domina. Sin embargo, esa crisis de identidad no se resuelve con el intercambio cultural o la hospitalidad de quien recibe un huésped ni con la rebelión a ese otro que domina, pues más bien se debate entre la disolución de la ciudadanía o la reafirmación de una identidad racial pura ya no entre naciones europeas (2ª Guerra Mundial), sino desde lo occidental como nueva raza respecto a lo demás. De ahí que un sistema de bloques era un contexto que dividía un cuerpo en dos, ahora hay un cuerpo que ha constituido en sí mismo como agente uniforme todo lo diferente como usurpador contagioso de esa nueva identidad supranacional con la que se identifican los europeos. Por tanto, cuanto más extraño sea ese otro y más amenazante, más ocurrirá que el pueblo se diluya y se adscriba a esa identidad superior que supone la idea de comunidad europea. Y, por tanto, se olvide de las verdaderas condiciones de base que impone el modelo de sociedad vigente que causan los problemas socioeconómicos que afectan a sus habitantes y que, por la necesidad de tomar decisiones cada vez más represivas y contrarias a los propios principios que han conformado la sociedad de gobiernos representativos, nunca acabará la crisis coyuntural por solucionarse, pues confirmaría que no habría razón para no recuperar lo que según el discurso oficial era inevitable perder por la situación que estábamos viviendo.
El pueblo como tal se ha sometido a esta especie de política darwinista que ya se clamaba antes de la segunda gran guerra, en una atomización de los individuos que al no identificarse en una comunidad total tal como la religión o la patria, ha acabado por identificarse con pequeñas células como el partido político, el equipo de fútbol,…que configuran individuos que pueden hermanarse en un ámbito y enemistarse en otro, pero que en todo caso, ante una amenaza exterior siempre se unen en la defensa de esa nueva identidad conjunta europea, en defensa de una sociedad de la cual, a pesar de estos últimos ocho años, todavía no nos damos cuenta de sus consecuencias.