"Llevamos
un mundo nuevo en nuestros corazones; y ese mundo está creciendo en este
instante." Se dice que Buenaventura Durruti debió decir algo así en algún
momento. Aunque más que por el decir, Durruti será recordado por el hacer, ya
que en su circunstancia el anarquismo crecía en un ámbito eminentemente
práctico más que teórico. Quizás no existía un proyecto en el horizonte bien
definido, si bien bastaba con promover una libertad del individuo como idea
universal. Existían maestros, por decirlo de alguna manera, que orientaban
desde los libros con ideas que se propagaban de una manera más lenta y sutil de
la que ocurre en nuestros tiempos. No hablaremos aquí de la dificultad de
conciliar ese individualismo libertario y el colectivismo de una supuesta
sociedad anarquista, sino más bien del endiosamiento de su pasado y sus
principales artífices, de donde todavía no hemos sabido salir.
Porque
el problema de la anarquía, no es darse de bruces con el problema del poder, si
consideramos que quien opta por esta opción reconoce su libertad también en el
otro, sino más bien viene a ser el propio anarquismo, como movimiento que
aglutina la historia y los logros de sí mismo. Con frecuencia, y sin maldad,
solemos subir al púlpito de la palabra a todos aquellos maestros en ideas,
citándolos como haríamos con nuestros padres, como auténticos gurús de la
sociedad actual que venían avisando, casi zapatilla en mano, de que la sociedad
capitalista derivaría en lo que es hoy día si no lo evitábamos. Citamos a
individuos que todavía hoy nos son útiles en algunos análisis y razonamientos,
pero que, por lo general, están ya agotados en sus advertencias. Y su caducidad
no nos debería dar lástima, si es que tuviéramos un análisis que no partiera de
ellos mismos, pero esto a día de hoy no ocurre. Seguimos bajo las faldas de
nuestras madres intelectuales, alzándonos con el poder de la razón, que no nos
lo quitan ya por cansinos más que por razonables, mientras el mundo sigue
siendo un ente complejo que analizar. En esas faldas, no existe un mundo nuevo
en nuestros corazones, sino una ceguera que sólo quiere recordar que en algún
momento lo hubo.
Tanto
que criticamos a las religiones y sus dogmas, cuando nosotros no podemos ser
más dogmáticos con nuestra historia y nuestros líderes. Sí, líderes. Porque lo
que hacemos es santificar a Bakunin y a otros tantos, y perdernos en
discusiones sobre citas de unos y otros que no nos llevan a ningún lado. No nos
hemos emancipado del siglo XIX. No nos hemos liberado de nosotros mismos.
Porque al final, hemos construido un “nosotros” basado en una historia que nos
queda ya bastante lejana como para serle justa y que no adquiera el cariz de
leyenda. Y entonces, lo que compartimos de anarquía acaba siendo el anarquismo,
ese anecdotario que cree tener hasta patrimonio histórico. No hacemos vida
conjunta, ni compartimos un verdadero destino (sin necesidad de ser mesiánico).
Nos hemos limitado a vivir nuestras vidas desligadas de cualquier tipo de
proyecto, afirmando para el exterior bien alto que somos anarquistas. Aunque,
por lo general, hemos caído en el propio capitalismo cultural, negando que lo
hemos hecho, negando que es casi inevitable no caer. Hasta hemos acabado en el
paroxismo, poniéndonos de acuerdo para establecer un anarquismo moral para los
demás, como un detector de infieles que salen del rebaño, esperando a señalar
al sospechoso de no ser de nuestra tribu.
Lo
cierto es que no sería preocupante este suceso si hubiéramos cuidado un poco el
ámbito práctico de la anarquía. Quizá y solo quizá, hubiéramos evitado la
manipulación del propio concepto, la banalización del mismo en una estética
determinada, su reducción absurda a lo antisistema o la absorción cultural se
ha hecho de algunas ideas que en origen eran propias de la anarquía. Pero lo
cierto es que no lo hemos evitado. Toda esa gran historia de la que presumimos
vivía sobre la duda de que la anarquía contenía sus propias contradicciones,
cuyas soluciones y su respectiva efectividad se comprobaban en el hacer. Hoy en
día, aquellos que se dicen anarquistas tienen la sensación de haberlo hecho
todo, menos teorizar. Hoy en día todo lo que nos une está encajonado en un pasado
supuestamente ideal, en la patria de la oportunidad perdida. Y ahí a patriotas,
no nos gana nadie.
No
es que un chaval de 23 años venga a aleccionar a perros viejos sobre cómo deben
ser, Dios (o Kropotkin) me libre de ello. Sino más bien a expresar que la
anarquía es una opción vital que tomar y no un proyecto de sociedad. Porque no
hay una tarea a medio hacer para quienes vienen empujando en la rueda del
tiempo, sino que no hay tarea, no hay esperanza. Si acaso, un empeño común por
la libertad.