Tras el asesinato
de Isabel Carrasco por la madre de una compañera de partido y la misma, el
debate, sorprendentemente (¿o no?), que ha inundado los medios de comunicación
es sobre las publicaciones en Twitter. Muchos han manifestado su alegría o han
bromeado sarcásticamente con la muerte de la susodicha, lo que ha llevado a un
revuelo sobre la libertad de expresión en Internet muy interesante.
Es obvio que los
gobernantes saben de la cantidad de publicaciones que hay en Twitter y otras
redes sociales que justifican todo tipo de delitos y ensalzan cualquier
comportamiento radical. De hecho, son mencionados diariamente por ciudadanos
que vuelcan sus frustraciones mediante esta manera de contacto directo que es
la única que pueden tener, excepto cuando en campaña electoral los candidatos
se dan una vuelta por un mercado a saludar a sus futuros votantes. (¿Dónde
habremos llegado si con un saludo pueden ganar un voto?)
Centrémonos ahora
en el tema en cuestión. ¿De verdad van ustedes a regular el espacio público y
virtual donde la gente vuelca el odio que les tienen? ¿Acaso quieren que ese
espacio se haga físico y vuelvan los escraches a estar a la orden del día?
Ambos sabemos que no va a suceder. Ustedes no van a regular nada, porque saben
de la complejidad del mundo de Twitter. Hay muchísimas cuentas que se dedican a
un humor muy negro, o gente que simplemente se dedica a trollear. Saben que
poner límite a algo tan escurridizo es imposible. Uno mismo puede ser irónico,
sarcástico, escribir al revés para que no lo denuncien, etcétera. Si la gente
quiere espetarles unas letras, lo van a hacer, y ustedes están encantados de
ello, no vaya a ser que prefieran salir a la calle y la frustración la vuelquen
con ustedes a lo Robespierre.
Su habilidad para
trasladar el tema importante de la semana está siendo cada vez menos efectiva.
Cuando sus políticas de austeridad lastraban al país dejando a centenares de
familias en la calle, mientras ponían un total de 107.000.000.000 millones de
euros en manos de los bancos, ustedes lo reducían todo a términos
macroeconómicos. Esto podía ser tragable para la población española, que aún
así no entendía como en la supuesta mejor etapa de la historia de la humanidad,
llevarse algo de comer a la boca dependía de la macroeconomía. Sin embargo,
desde que se pasan el día sacando la bandera de la recuperación porque los
términos macroeconómicos han mejorado, no tienen ya chivo expiatorio al que
echarle la culpa. Ahora, cada vez que hay un escándalo, incluso algo fortuito
como el asesinato de su compañera, tratan de trasladar el debate a temas cada
vez más absurdos, aumentando la frustración, ya innata en los españoles hasta
en buenos tiempos, para superar el límite de la paciencia general.
Bien podría ser que
su experimento sociológico de medir la paciencia y alienación de los ciudadanos
esté llegando a su fin, que no al fin de ustedes, que cuando quieran pueden
hacer cuatro medidas populistas y salir triunfantes. A menudo me los imagino
riéndose del ciudadano corriente en sus despachos, mirándose al espejo henchidos
de poder, mientras los demás veríamos en esa imagen la desolación del ser
humano. A la indignación ciudadana le faltan dos cosas para reventar hacia
ustedes: que la desesperación se organice y que no le importe ser violenta. Hasta
entonces, en ciento cuarenta caracteres seguirá cabiendo poco más que “hijos de
puta”.
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