lunes, 20 de enero de 2014

MÁS ALLÁ DE LAS APARIENCIAS: SOBRE LA EDUCACIÓN EN ESPAÑA



   Sabido es por todos que la nueva ley de educación LOMCE, la denominada Ley Wert, pondrá en nuestros corazones el luto a las Humanidades, que parecen ir perdiendo importancia según el neoliberalismo se siente más neo y libre que nunca. No he querido escribir ni opinar normalmente sobre este tema, porque me parece que va más allá de cuatro aspectos superfluos que la gente se empeña en destacar. El debate debe ir más allá de la religión o la relegación de la filosofía a ser meramente optativa.
    Veamos qué es lo que proporciona el sistema educativo español desde sus raíces, no desde la superficialidad de dar mayor importancia a unas asignaturas o a otras. En primer lugar, cabría destacar el papel del estudiante durante toda su vida académica, pues ¿acaso aprende verdaderamente algo? Cierto es que aprendemos a leer y escribir y a pensar de manera abstracta, quizás por nuestra condición de ser humanos más que por un exitoso sistema educativo, pero, más allá de esta imprescindible base, ¿qué es lo que golpea a la educación dejándola castigada en una esquina?
   Aproximadamente, desde segundo de primaria, comienza a haber una relación entre el estudio y la memorización. Mientras que anteriormente se estimulaba el juego como vehículo de aprendizaje y se hacían frecuentes las actividades artísticas, ya sea en iniciación al dibujo o estimulando el tiempo libre, a partir de ese momento comienzan los temidos exámenes. Sin embargo, los exámenes no ponen de relieve nuestro conocimiento, sino nuestra memoria. Nos inician a la ansiedad previa a una prueba de la que depende nuestro devenir. Una ansiedad que poco a poco iremos introduciendo en nuestro ser y a la que nos iremos acostumbrando según pasan los años, según tenemos que ir memorizando más y más datos de múltiples asignaturas que paulatinamente van dividiéndose en otras tantas.
   Veamos un ejemplo: si yo puedo memorizar cinco páginas al día, combatiendo mi ansiedad por el acercamiento de las fechas que cuestionarán mi saber, al cabo de diez días puedo memorizar cincuenta páginas. Estoy hablando de memorizar citando, no de entender y reflexionar. Así, diez días después del inicio de mi estudio podré recitarle un ensayo científico sobre genética humana sin entender absolutamente nada. Ciertamente, ¿he aprendido algo? No lo creo. Por otra parte, si yo, un humilde estudiante de veinte años formado en este sistema educativo, es capaz de pensar en este ejemplo (muy común en la vida del estudiante, memorizar y no entender), cualquiera puede hacerlo, pues cualquiera ha sido sometido a exámenes durante su vida. Por tanto, cabría analizar por qué quieren que nos acostumbremos a esta ansiedad tan molesta.
   Si repasamos los objetivos que debe tener cualquier adulto de clase media (cada vez más baja) en la sociedad serán los siguientes: tener un techo donde vivir, tener un trabajo que le permita tener dinero para tener ese techo, tener dinero para comer de manera equilibrada, estar equilibrado para poder tener trabajo, etcétera. Por lo que vemos, las motivaciones principales de un adulto serán más basadas en la supervivencia que en añorar bienes materiales. Éstos últimos cumplen una función placebo que parece haber sido ideada por el ser humano más maquiavélico de la historia. Mientras el adulto medio intenta resistir una ansiedad que le acompañará hasta su jubilación, si es que la tiene, necesita de un anestésico que le haga evadirse de la ansiedad que le produce estar en una vida sumida en un examen constante por mantener el trabajo, la casa, el equilibrio emocional y en muchas ocasiones una familia. Así, cualquier persona, frustrada con la vida y habiendo aprendido a resistir la ansiedad, irá consumiendo tonterías materiales y televisivas, y se irá contentando con tener un coche nuevo, un móvil nuevo o una casa nueva. El problema es que este ser desligado de cualquier humanidad, ya vive al límite como para que le digan que no va a tener ningún anestésico nuevo nunca jamás, que es lo que proporciona en esencia esta crisis. De repente, el ser deshumanizado no va a poder nunca más tener un trabajo fijo y ciertos bienes que enmascaren la resignación por su subyugación al sistema más parecido al esclavista de la historia.
   Ahora bien, ningún éxito va a tener un sistema educativo basado en la ansiedad por memorización, por muy preparados que nos deje el acostumbrarnos a esa sensación que nos acompañará casi toda nuestra vida. Si es que verdaderamente tuvieran un interés por educar mejor a los jóvenes, habrían reparado hace mucho tiempo en esta relación desgraciada que no permite formar una buena base para el futuro y que produce tanto fracaso escolar. Lo cierto es que como no quieren gente formada sino una subordinación absoluta, ya se aseguran de quitar hasta las asignaturas que puedan despertar a algún joven confuso del sueño dogmático del capitalismo. En España somos así de rudos, pues, mientras en otros países como Inglaterra dejan un poco más libre la educación de modo que esa libertad se asocie con la idea de que por lo menos el ámbito educativo no oprime, aquí prefieren nuestros gobernantes dar una vuelta de tuerca de más, así den de sí el engranaje. Y ese engranaje está a punto de darse de sí, porque gracias a algún Dios distraído, nuestros gobernantes son tan idiotas que ni siquiera saben jugar bien con la manipulación. ¡Menos mal! Pues en su mal intento por controlarnos, están las verdaderas raíces del cambio.
   Así, prefiero llamar a los jóvenes como yo, a que discutamos sobre cómo debe ser un sistema educativo desde los más elementales supuestos y las más obvias estructuras, y la lucha no se convierta en resistir vagamente que la religión cristiana tome más importancia o que la Selectividad cambie su temario. Hay que ver más allá del humo que quieren que veamos, más allá de todo él, podremos encontrar una solución, un verdadero cambio.

sábado, 11 de enero de 2014

ARISTÓTELES Y LA ÉTICA DE LA EXCELENCIA



TEXTO PROPUESTO Nº1
"Está claro que, si seguimos las vicisitudes de la fortuna, llamaremos al mismo hombre tan pronto feliz como desgraciado, representando al hombre feliz como una especie de camaleón y sin fundamentos sólidos. Pero en modo alguno sería correcto seguir las vicisitudes de la fortuna, porque la bondad o maldad de un hombre no dependen de ellas, aunque, como dijimos, la vida humana las necesita; pero las actividades de acuerdo con la virtud desempeñan el papel principal en la felicidad, y las contrarias, el contrario".
Aristóteles, Ética nicomáquea, Libro I.

 
 




ANÁLISIS DEL TEXTO
Por Pablo Alberto Montero
   Durante este análisis, daremos un breve repaso a la biografía de Aristóteles para acercarnos al contexto al que perteneció, y así ayudarnos a poder concentrar nuestros esfuerzos en entender y explicar las características sobre las que versa la ética aristotélica a través del texto propuesto.
   Aristóteles nació en el 384 a.C. en Estagira, Tracia. Su padre ocupó el cargo de médico del rey de Macedonia, lo que quizás le contagiaría el carácter observador de su filosofía y el sentido común. A los dieciocho años, Aristóteles llegó a Atenas y se convirtió en discípulo de Platón, permaneciendo en la Academia aproximadamente veinte años, hasta la muerte de su maestro en el 348-7 a.C. Tras ello, viajó durante una larga temporada y se casó con la hermana de Hermias, un tirano. Además, fue profesor de Alejandro Magno, aunque no hay conclusiones fehacientes que nos hagan creer que influyó de alguna manera en el carácter o las acciones de éste. Vivió en Atenas los próximos doce años, creando su escuela (el Liceo) y escribiendo la mayoría de sus obras. A la muerte de Alejandro, sus amigos, incluido Aristóteles, fueron perseguidos, por lo que éste huiría de la ciudad en el 323 a.C. Un año después moriría.*
   En cuanto a sus tratados sobre Ética, conservamos Magna Moralia, de la cual no se está segura de su autoría*; Ética a Eudemo y la obra de la que se extrae este fragmento que comentaremos, Ética a Nicómaco. En esta última, destaca la búsqueda de la verdadera felicidad, a través de la virtud, es decir, de las mejores cualidades desarrolladas en su grado máximo, que Aristóteles lo ubica siempre en un término medio entre el exceso y el defecto.
   Una idea de la filosofía griega, que vemos en Aristóteles justo al comienzo de la Ética a Nicómaco  es que “el bien es aquello a lo que todas las cosas aspiran”. Por ello, es necesario definir el concepto de bien en el ser humano, como su telos, es decir, su finalidad. El bien para Aristóteles del ser humano, es aquello que busca, la felicidad. Sin embargo, cabe cuestionarse cuál es el camino para llegar a ella. Para responder, nuestro autor hace un repaso a lo que la gente común suele entender como felicidad. Así, nos habla de la riqueza, el placer o los honores, negando Aristóteles que el contenido de la felicidad sea explícitamente alguno de estos tres de forma aislada. Reconoce su importancia, pero se tratan de cosas que dependen de otras para poder ser plenas. Es decir, la riqueza, el placer o los honores, dependen de otras personas, y son vehículos para llegar a una felicidad pasajera, son ámbitos dependientes. Por tanto, la felicidad, como Bien Supremo, no puede ser sinónimo de placer, honor o riqueza, sino que debe ser autosuficiente, es decir, “la felicidad es una cosa completa e independiente ya que es el fin de la acción”.
   Quedando claro lo que no es felicidad, debemos explicar lo que sí lo es. Para ello, Aristóteles introduce el concepto de ‘virtud’. Las virtudes son las cualidades humanas en su máximo grado, pero a la vez, también es la mesura, la templanza. Vivir a través de la razón y no llevados por la marea de los sentimientos más mundanos o primitivos.
   En el texto, Aristóteles menciona la fortuna en el sentido del destino o el devenir (“…si seguimos las vicisitudes de la fortuna, llamaremos al mismo hombre tan pronto feliz como desgraciado, representando al hombre feliz como una especie de camaleón y sin fundamentos sólidos.”). Con este significado, nuestro filósofo nos quiere decir que el hombre no está en el mundo atado a una predestinación inevitable, a un destino de buena o mala suerte, pues no cabría decisión alguna en el género humano, ni tendría que preocuparse éste por cómo obrar, ya que hiciera lo que hiciera, acabaría llegando al punto que el destino tuviera preparado para él. Por tanto, el hombre feliz no puede ser aquel que se deja llevar por el destino, por los acontecimientos. No puede ser feliz, el hombre que no toma responsabilidad de sus acciones y cree que es objeto y no sujeto de sus circunstancias. Así, el hombre tiene que tener en cuenta que no es un objeto o un sujeto pasivo del mundo, pero que tampoco puede controlar las decisiones de todo lo que ocurre en él. Como dice Aristóteles, el hombre necesita ciertas vicisitudes de la fortuna, que sus circunstancias sean óptimas, para alcanzar el fin del ser humano, ser feliz, pero a la vez necesita tomar las decisiones que crea convenientes, que serán las que le permitan tener una actitud virtuosa y ser de manera certera feliz. Evidentemente, la capacidad de decidir nos lleva a poder realizar actos buenos o malos, por lo que Aristóteles intentará trazar un camino para alcanzar el telos del hombre, su finalidad, y, en definitiva, el bien, que es a lo que todas las cosas aspiran, a través de las mejores acciones que puede hacer, que serán aquellas acordes con la virtud, pues las contrarias no traerán nunca la verdadera felicidad. (“las actividades de acuerdo con la virtud desempeñan el papel principal en la felicidad, y las contrarias, el contrario.").
   Cabe destacar, antes de abordar los análisis de las virtudes y la definición de felicidad, que lo que plantea Aristóteles en todo momento es una ética dedicada al ciudadano libre, no al esclavo o al extranjero. Es decir, a un arquetipo de ciudadano, que tenga hacienda propia y no tenga ninguna actividad de trabajo físico. Un ciudadano que necesite tener una buena educación moral para mantener su posición privilegiada y ser de alguna manera ejemplar. Por ello, la ética que realiza Aristóteles está dirigida a aquellos hombres que pueden realizar política, por tanto tendrán que formarse alrededor de una ética que promulgue la obligación, el oportunismo de los actos, la estabilidad de los sentimientos, etc.
   Aunque no he tenido la oportunidad de leer las obras de Aristóteles que tratan sobre política, consultando el manual de Bertrand Russell, Historia de la Filosofía, en su apartado “La Política de Aristóteles”, parece que la construcción de cómo debe actuar el hombre no es más que una manipulación para mantener el orden, pues citando a Bertrand Russell hablando sobre Aristóteles: “…tan pronto como exista una gran clase de ricos que no sean nobles, ha de admitírseles en el poder por temor a que hagan una revolución”. Esta sentencia, junto con ciertos pensamientos sobre el papel de los esclavos en las ciudades griegas, hace pensar que la felicidad, como primer punto, se debe al sometimiento y la supremacía de los griegos sobre los esclavos y extranjeros, que harán ‘el trabajo sucio’ de la ciudad mientras los griegos se dedican a filosofar y a dirigir la polis, siendo los únicos seres humanos cuya finalidad sea la felicidad, pues los anteriormente citados figuran como animales. No querría entrar más a fondo en una crítica a la política de Aristóteles, más aún sin haber leído de primera mano sus obras, pero sus ideas sobre que aquel que obtiene la victoria en la guerra es aquel que tiene la razón, o la equiparación de los esclavos a los animales, constituyen una gran contrariedad no sólo a su ética sino incluso a la diferenciación entre los hombres y los animales mediante los conceptos de logos y foné.
   Dicho esto, podemos proceder al análisis de la virtud. Se trata de una actitud ante las decisiones morales que se aprende, pues de ninguna manera es innata en el hombre, por lo que la ética está estrechamente vinculada con la educación. Esto establece una gran diferencia con la virtud platónica, que establecía que conocer el significado teórico de ésta ya nos hacía virtuosos sin reparar en la naturaleza de nuestras acciones y en nuestra capacidad de elegir qué somos o qué creemos oportuno hacer, ya que Platón creía que aquel que obraba mal era por ignorancia*. Para Aristóteles, la virtud es, por tanto, cualquier cualidad humana desarrollada en su grado máximo. Quizás esta definición nos podría llevar por la senda equivocada y pensar que entonces, las mejores actitudes pueden ser muchas veces un exceso o un defecto. Al contrario de lo que en una primera instancia podamos entender, la virtud aristotélica es siempre el término medio entre dos contrarios. Este término medio no quiere decir que entre una dicotomía como “bueno y malo” debamos ser un híbrido entre ambas. Lo que nos quiere transmitir Aristóteles es que obrar de manera virtuosa es ser oportuno. Así, entre la temeridad y la cobardía se encontraría la valentía como término medio. Como dice el propio Aristóteles, actuar acorde con la virtud es actuar ‘cómo’,’ cuándo’, ‘dónde’, ‘para lo que’ y ‘por qué’ se debe, es decir, actuar siempre de manera correcta ante las circunstancias. Por ello, destacará la templanza como una característica esencial del hombre para actuar de manera virtuosa, ya que el hombre templado nunca se dejará llevar por un éxtasis de emociones exacerbadas, pues permanecerá ciertamente reflexivo ante las opciones que se encuentren a su paso, y podrá, por tanto, elegir el término medio (aunque ya elija el término medio al adoptar la actitud de mesura), y actuar acorde con las virtudes. Así, regresando a nuestro ejemplo, el hombre que actúa de manera valiente cuando es oportuno, estará haciendo bien y tendrá una actitud adecuada para ser feliz, mientras que el que incurra en un exceso (temeridad) o un defecto (cobardía) estará obrando mal y de ninguna manera podrá ser feliz.
   Para concluir el análisis de la virtud, cabe destacar que uno se hace virtuoso a fuerza de practicar las virtudes. Es decir, uno será justo a base de repetir actos justos, por lo que las virtudes se consiguen a través de la costumbre. Las virtudes humanas, Aristóteles las divide en intelectuales o dianoéticas y morales. Como hemos dicho, la parte práctica de las virtudes, la parte moral se originará por medio de la costumbre, pero éstas necesitan virtudes como la Sabiduría, la Comprensión, pero sobre todo, la Prudencia, virtud que encarna precisamente la actitud que busca el término medio y actúa correctamente según sus circunstancias, para alcanzar la felicidad. Por tanto, el prototipo de hombre feliz será el hombre prudente.
   La felicidad es, en definitiva, la perfección y la excelencia (areté) en el ser humano, a lo que aspiramos, y ello se alcanza con las virtudes que hemos explicado. A pesar de esta concepción de la felicidad que hemos ido trazando, en el Libro X de la Ética a Nicómaco, Aristóteles vuelve hacia el platonismo, definiendo la felicidad absoluta como una actitud contemplativa, de manera que el idealismo platónico subsiste en él en cierta manera, aunque completamente consciente de la imposibilidad de la contemplación como vida humana, ya que sería algo divino (una actitud parecida a la del Primer Motor Inmóvil), nuestro filósofo sabe poner los límites al hombre e intenta guiarle mediante la actitud que cree como la mejor y la más adecuada para alcanzar la felicidad de la sociedad en la que vive o incluso yo diría más el equilibrio, a pesar, en mi opinión, de ciertas contradicciones en las que cae, que no dejan de ser ciertamente graves, como se ha comentado en algunos párrafos atrás.
   Sería bueno terminar este análisis destacando la importancia del pensamiento aristotélico durante toda la historia, no solamente en relación con el cristianismo, como habitualmente se hace, pues filósofos como Averroes, se interesaron por el filósofo griego y el sentido común que éste intentó impregnar a su pensamiento, siendo esta actitud quizás, la que más le distancie de Platón.
NOTAS Y REFERENCIAS

*1: Historia de la Filosofía. RUSSELL, Bertrand. Edición Espasa Calpe.
*2: Ética a Nicómaco. Introducción: CALVO MARTÍNEZ, José Luis. Alianza Editorial.
*3: La aventura de la moralidad. GÓMEZ, Carlos y MUGUERZA, Javier. Capítulo II (CAMPS, Victoria).
BIBLIOGRAFÍA
-          Historia de la Filosofía. RUSSELL, Bertrand. Edición Espasa Calpe.
-          Ética a Nicómaco. ARISTÓTELES. Traducción: CALVO MARTÍNEZ, José Luis. Alianza Editorial.
-          La aventura de la moralidad. GÓMEZ, Carlos y MUGUERZA.
-          Esquema de la Ética a Nicómaco dado en las tutorías. GÓMEZ, CARLOS.
-          http://es.wikipedia.org/wiki/Arist%C3%B3teles#.C3.89tica_y_pol.C3.ADtica

viernes, 3 de enero de 2014

JUAN MUÑOZ - PIEZA DE CONVERSACIÓN

   Cuelgo mi análisis de esta obra del escultor español Juan Muñoz, para mi asignatura "Últimas tendencias del arte".


   Juan Muñoz (1953 – 2001) fue un famoso escultor español. Estudió arte en Londres y Nueva York durante los años setenta y ochenta, momentos en los que el arte está redefiniendo su propio concepto, naciendo nuevas formas de tratar las disciplinas clásicas, y creando muchos otros nuevos caminos y soportes que conformarán la ruptura con el concepto clásico del arte de Vasari y con el intento de Clement Greenberg de realizar una nueva teoría artística a través del mecenazgo de éste sobre el expresionismo abstracto. Por su parte, Juan Muñoz consigue alcanzar su madurez artística durante los años noventa, cuando rompe con el espacio tradicional escultórico, para enfrentarnos con sus figuras y establecer una relación dialéctica tanto entre las figuras entre sí, como entre éstas y nosotros, pudiendo atravesar la instalación, rodear las figuras, averiguar qué hacen o cómo nos sentimos nosotros con respecto a ellas y el espacio.
   La obra propuesta para analizar es Pieza de conversación, junto con el texto de Michel Foucault El sujeto y el poder. Aunque deberíamos poder andar alrededor de las figuras y contemplar de manera óptima su significado, intentaremos extraer la mayor cantidad de conclusiones respecto a la fotografía que nos enseña la creación de Juan Muñoz.
   Lo primero que nos llama la atención es la conformación de las figuras como individuos. Se produce en sus cuerpos una gradación, desde una clara distinción de las formas y los contornos en sus rostros, hasta una masa difusa y pesada en sus bases. Esta representación, nos da la apariencia de que las figuras están fijas y a la vez inestables; es decir, no se pueden mover, pero parece que pudieran caerse. ¿Qué podemos interpretar en esta forma tan peculiar con la que ha plasmado al ser humano?

   Juan Muñoz nos invita a hacernos una serie de preguntas. Si paseáramos a través de la obra, miraríamos los rostros definidos de las figuras, probablemente sin reconocernos en ellas, es decir, sin establecer una relación de empatía con la verdadera herramienta del hombre para expresar sus emociones, la cara. Nos enfrentamos ante un sujeto, al que reconocemos como alteridad y no como una parte de nuestro propio yo, de nuestra identidad. Si diéramos un paso atrás, probablemente sentiríamos más comprensión con la totalidad de la figura y esa mezcla entre fijeza e inestabilidad. ¿Por qué puede que nos ocurra esto?  No reconocemos un rostro como nuestro espejo, pero sí una sensación. Desde mi punto de vista, el rostro, el contorno perfectamente definido, representa el ser sujeto, la definición, el modelo que delimita la concreción del ‘yo’ dentro de un espacio que verdaderamente es libre e infinito. En contraposición, la masa es difusa, maleable, podría ser cambiante y extenderse por el espacio, pero es fija e inestable, sostiene al ‘yo’ como modelo, sin tener una concepción de sí definida y clara. Es un enfrentamiento entre el sujeto de poder (la definición de ser, no ser y deber ser) y el sujeto corriente. Esta significación es similar a la que Foucault hace en cuanto al sujeto y el poder cuando nos dice:
   Esta forma de poder interviene en la inmediatez de la vida cotidiana que categoriza al individuo, lo marca con su propia individualidad, lo ata a su propia identidad, le impone una ley de verdad que debe reconocer…Hay dos significados de la palabra ‘sujeto’: sujeto a algún otro mediante el control y la dependencia, y sujeto y atado a su propia identidad por una conciencia o por el conocimiento de sí. Ambos sentidos sugieren una forma de poder que subyuga y sujeta”.
Michel Foucault. El sujeto y el poder.
   Foucault nos cuenta qué es el sujeto con respecto al poder, de la misma manera que Juan Muñoz lo hace en esta obra, pues el sujeto de poder (el definido) impone sobre el sujeto corriente nada más que la subordinación ante su ‘yo’, es decir, ante su modelo, su pauta de conducta, su manera de pensar, etc. Así, como la cabeza nos dice cómo debemos mover los pies para andar, así es como el sujeto de poder dice dónde debe dirigirse lo que Ortega y Gasset denominaría ‘el hombre masa’. Entonces, ¿acaso es libre el sujeto corriente o el hombre masa? En absoluto. La masa ha sido convencida de que es libre, pero en realidad es puro reflejo y motor del sujeto de poder, e incluso cuando este ‘hombre masa’ intenta revelarse, es carente de poder como individuo, es más difuso aún que toda la masa junta, suele ser apartado con lo que Michel Foucault denomina ‘práctica divisoria’, definido como un loco, es convertido prácticamente en un no ser. Y, aún cuando la rebelión de éste es conjunta, apoyada por una alteridad a la que reconocemos como ‘nosotros’ (es decir, nuestra clase social o un grupo de ideología afín), los mecanismos de pensamiento, las estructuras de nuestro conocimiento, han sido marcadas por el sujeto de poder. Pongamos un ejemplo muy simple: a todos nos parece mal la violencia, tanto contra cualquiera de nuestro grupo (social, familiar) como contra cualquiera externo a nuestro grupo (externo a nuestra círculo de relaciones más cercanas). Por ello, nuestro comportamiento general no será quitarle (mediante la violencia) a nuestra alteridad aquello que nosotros creemos necesitar, o necesitamos, pues arrebatar la propiedad privada de un individuo no solamente nos parece mal, sino que constituye un delito en nuestra sociedad. Entonces, deberíamos presuponer que el sujeto de poder que nos impone esta ley (moral y jurídica) debe tenerla en sí para ser impuesta. Como vemos a diario, el poder siempre usa la violencia y arrebata los recursos a otras naciones o incluso a sus propios ciudadanos usando la violencia, enmascarándola siempre bajo una excusa de necesidad pacificadora o de protección (nuevo objetivo del poder pastoral según Foucault) a través de las armas. Por tanto, hay una diferencia entre el ser y el no ser del sujeto (lo que hace y no hace) con respecto al deber ser que plasma en la masa (lo que dice que hay que hacer). Esta diferencia es la que sustenta su poder, pues, volviendo al ejemplo, nadie utilizará la violencia para arrebatarle su propiedad a los que mandan, es decir, nadie les quitará el poder.
   Si estuviéramos subordinados al sujeto del poder siempre de manera invariable, no se habrían producido cambios a lo largo de la historia, por lo que la obra podría tener un mensaje de resignación ante la realización de una rebelión contra el poder, pues si hasta nuestras estructuras mentales dependen de él, nos encontramos tremendamente determinados. Sin embargo, como ya hemos comentado, esa imagen de masa en la base de las figuras nos hace percibir también cierta inestabilidad, la cual yo asemejaría con una cierta manera de transmitir esperanza por la siguiente razón: que la base sustentadora del sujeto de poder sea inestable puede abrir la puerta al cambio, al fin de ese poder, pues esa fijeza que transmiten las figuras (a pesar de ser una conversación, es decir, algo dinámico) puede ser derrocada por la propia masa, observando previamente éste significado de la sociedad que estamos contando durante todo el análisis. El espectador al verse ‘aplastado’ por él tras el proceso de reconocimiento de sí en la obra, puede llevarle a pensar sobre sí mismo, su papel en el mundo, su necesidad de crear un nuevo yo, un nuevo sujeto y la necesidad de movimiento, de cambio, en definitiva, de empujar la figura, de querer un orden nuevo.
   Pero, si esto es así ¿por qué plasmarlo todo en una misma figura y no enfrentar a dos figuras diferentes caracterizadas de manera más clara?
   Es muy posible que lo que nos quiere decir finalmente es que el sujeto de poder y el sujeto masa o sujeto corriente que hemos comentado anteriormente, no son más que un efecto espejo entre el uno y el otro. Cuando el sujeto masa consigue llegar a ser sujeto de poder, no vuelve a preocuparse de conseguir un mundo mejor. Es decir, el sujeto masa quiere un mundo mejor, pero a la vez quiere una mejor prosperidad individual. Cuando consigue esta segunda, se olvida del objetivo primero y contribuye a la fijeza y a la continuación de la inestabilidad y la posición del poder. En mi opinión, se trata constantemente de introducir un debate entre determinismo y libertad. ¿Somos libres cuando actuamos o nos encontramos siempre profundamente coaccionados por nuestro contexto, estructura o ideología de manera inconsciente?
   Siguiendo con el análisis, cabría destacar que los rostros de las figuras humanas cumplen el prototipo de hombre racionalista ilustrado, y, por tanto, el triunfo de este pensamiento en las sociedades contemporáneas. Como sabemos, la posición racionalista ha triunfado como pensamiento, pero quizás no tanto por su eficacia, sino más bien por su manipulación. En la actualidad, constituimos la primera sociedad que tiene un poder de información que llega a todas partes por vía audiovisual. Nunca antes el poder había podido transmitir y significar aquello que quisiera de su ciudadanía de manera tan rápida, efectiva e igualitaria. El poder ha designado nuestras vidas a través de un foco de información principal, la televisión, controlada por grandes corporaciones que querrán siempre proponer unos arquetipos a los espectadores. En base a la televisión, finalmente, se están educando generaciones, y no de manera correcta precisamente, sino simplemente con la idea de confirmar el poder, excusar las guerras o justificar el comportamiento vejatorio del Estado o las grandes compañías ante diferentes situaciones; en definitiva, la sinestesia que nos comenta Buck-Morss. Esta idea nos vuelve a unir con la división entre el arquetipo de sujeto y la enajenación que le ocurre a las personas al seguir este modelo sin cuestionarse absolutamente nada. Nos vuelve a unir con la concepción del sujeto definido y la masa en un solo cuerpo. Sin embargo, cabría explicar cómo ha llegado a dominar este sujeto racionalista modélico al hombre de a pie, lo que Foucault denominará poder pastoral, pues domina de una forma tanto individualizadora como totalizadora, en tanto y cuanto a las tres primeras razones que Foucault da sobre la conformación de este poder. La cuarta razón es la que más me sugiere a mí una relación con esta obra de Juan Muñoz, que es la siguiente:
Finalmente, esta forma de poder no se puede ejercer sin conocer el interior de las mentes de la gente, sin explorar sus almas, sin hacerles revelar sus secretos más profundos”.
Michel Foucault. El sujeto y el poder.
   En cierta manera, me parece más interesante este último punto porque pone de manifiesto de nuevo el control del poder de la manera más invasora, el control del arquetipo sobre los individuos. Sin embargo, ¿cómo llegan a conocer nuestras vidas y nuestra intimidad? Es obvio que las obras son esclavas del tiempo en cierta manera, pero Foucault y la obra de Juan Muñoz, quizás ya ponían en órbita que lo establecido en el futuro sería la continua expresión pública de nuestra intimidad (redes sociales). Aún así, puesto que esto sería una reflexión posterior que ha sobrevenido al contexto histórico de Pieza de conversación, no deja de ser mi visión desde el punto de vista del espectador (del lector como repetiría Barthes en La muerte del autor), y, si nos fijamos, vemos como lo que toma importancia en la obra constantemente, no es lo que el autor quiera o no decir, sino qué es lo que a uno le transmite.
   Analizada la figura individual de la composición escultórica de Juan Muñoz, podríamos pasar a fijarnos en el espacio y la repetición de las figuras, atendiendo a los tres aspectos siguientes que más me han llamado la atención: ¿Por qué el espacio está concebido de esa manera? ¿Por qué no hay contacto visual ni dinamismo en la conversasción? ¿Por qué existe la repetición de las figuras?
   A la primera de las cuestiones, quizás la más sencilla de vislumbrar, podemos contestar aludiendo de nuevo al papel que desde los años sesenta y setenta toma el espectador, que deja de ser un espectador desinteresado, a ser un observador participante. Este espacio donde se disponen los cuerpos está hecho para ser recorrido a través, pero no con una facilidad pasmosa, sino que las figuras se encuentran a nuestro paso, y en el caso de que más personas estén recorriendo la obra, nos toparemos también con ellas, creando así en nosotros la sensación de tener unos espectros inmóviles que no se desplazan, las figuras, mezclando la doble sensación entre el movimiento y la rapidez del mundo con la necesidad de tener que pararse a pensar sobre lo que en ese momento estamos viendo. En mi opinión, es posible que si yo me encontrara en tal situación sintiera cierta sensación de claustrofobia, aspecto que me parece recurrente en algunas obras de Juan Muñoz, como Double Bind, cuyo título quizás resuma el sentido que intenta dar el artista a menudo, una dualidad constante.
   Respecto a la segunda cuestión, los sujetos que nos conforma Juan Muñoz, por lo que podemos observar, ni se miran, ni se hablan a pesar de titularse Pieza de conversación. Quizás sea porque el hombre arquetipo que recurrentemente hemos estado mencionando, está tan ensimismado que o es incapaz de tratar con una alteridad, o tiene tal concepto de sí que no ve más que su propio reflejo en la otredad. Si incluimos el aspecto que he comentado en respuesta a la anterior cuestión autoformulada, sobre la inclusión de otros espectadores que al igual que nosotros intenten ver y recorrer la obra, podemos ver la relación dialéctica del ser humano en la actualidad. Un montón de personas, recorriendo un espacio e identificando algo que propiamente dicho no tiene vida, sin pararnos ante nuestro vecino observador a compartir nuestra percepción de la obra. Normalmente, no miraremos a otro, ni hablaremos a otro sobre las figuras; seremos fieles espejos de ellas, que tampoco se miran ni conversan entre sí, con una sustancial diferencia: nosotros nos movemos, tenemos vida, es decir, podemos cambiar.
   La última cuestión puede ser un compendio de las dos anteriores, aunque podríamos de nuevo incluir aquí la repetición constante de ese hombre masa de Ortega y Gasset, pues como hemos dicho en el párrafo anterior, nuestras actitudes serán igual de rígidas como espectadores los unos con los otros, tan distantes y concibiendo al otro como ausente, que caemos en la propia trampa de la Pieza de conversación, una conversación que no la forman los sujetos de poder que fijos en el espacio descansan, sino una conversación que nosotros mismos debemos tener con ellos, con nuestro ‘yo interior’ y con el otro, de manera que salgamos de la objetivación que realiza nosotros el poder (tal como diría Foucault) y podamos construir un ‘yo’ lejos de ser un ser que camina por el mundo sin atender verdaderamente a lo que en relieve está constantemente: la soledad.