Cuelgo mi análisis de esta obra del escultor español Juan Muñoz, para mi asignatura "Últimas tendencias del arte".
Juan Muñoz (1953 – 2001) fue un famoso
escultor español. Estudió arte en Londres y Nueva York durante los años setenta
y ochenta, momentos en los que el arte está redefiniendo su propio concepto,
naciendo nuevas formas de tratar las disciplinas clásicas, y creando muchos
otros nuevos caminos y soportes que conformarán la ruptura con el concepto
clásico del arte de Vasari y con el intento de Clement Greenberg de realizar
una nueva teoría artística a través del mecenazgo de éste sobre el
expresionismo abstracto. Por su parte, Juan Muñoz consigue alcanzar su madurez
artística durante los años noventa, cuando rompe con el espacio tradicional
escultórico, para enfrentarnos con sus figuras y establecer una relación
dialéctica tanto entre las figuras entre sí, como entre éstas y nosotros,
pudiendo atravesar la instalación, rodear las figuras, averiguar qué hacen o
cómo nos sentimos nosotros con respecto a ellas y el espacio.
La obra propuesta para analizar es Pieza de conversación, junto con el
texto de Michel Foucault El sujeto y el
poder. Aunque deberíamos poder andar alrededor de las figuras y contemplar
de manera óptima su significado, intentaremos extraer la mayor cantidad de
conclusiones respecto a la fotografía que nos enseña la creación de Juan Muñoz.
Lo
primero que nos llama la atención es la conformación de las figuras como
individuos. Se produce en sus cuerpos una gradación, desde una clara distinción
de las formas y los contornos en sus rostros, hasta una masa difusa y pesada en
sus bases. Esta representación, nos da la apariencia de que las figuras están fijas y a la vez inestables; es decir, no se pueden mover, pero
parece que pudieran caerse. ¿Qué podemos interpretar en esta forma tan peculiar
con la que ha plasmado al ser humano?
Juan Muñoz nos invita a hacernos una serie
de preguntas. Si paseáramos a través de la obra, miraríamos los rostros
definidos de las figuras, probablemente sin reconocernos en ellas, es decir, sin establecer una relación de empatía
con la verdadera herramienta del hombre para expresar sus emociones, la cara. Nos enfrentamos ante un
sujeto, al que reconocemos como alteridad
y no como una parte de nuestro propio yo, de nuestra identidad. Si diéramos un
paso atrás, probablemente sentiríamos más
comprensión con la totalidad de la figura y esa mezcla entre fijeza e
inestabilidad. ¿Por qué puede que nos ocurra esto? No reconocemos un rostro como nuestro espejo,
pero sí una sensación. Desde mi punto de vista, el rostro, el contorno perfectamente definido, representa el ser sujeto, la
definición, el modelo que delimita la
concreción del ‘yo’ dentro de un espacio que verdaderamente es libre e
infinito. En contraposición, la masa
es difusa, maleable, podría ser
cambiante y extenderse por el espacio, pero es fija e inestable, sostiene
al ‘yo’ como modelo, sin tener una concepción de sí definida y clara. Es un
enfrentamiento entre el sujeto de poder (la definición de ser, no ser y deber
ser) y el sujeto corriente. Esta significación es similar a la que Foucault
hace en cuanto al sujeto y el poder cuando nos dice:
“Esta
forma de poder interviene en la inmediatez de la vida cotidiana que categoriza
al individuo, lo marca con su propia individualidad, lo ata a su propia
identidad, le impone una ley de verdad que debe reconocer…Hay dos significados
de la palabra ‘sujeto’: sujeto a algún otro mediante el control y la
dependencia, y sujeto y atado a su propia identidad por una conciencia o por el
conocimiento de sí. Ambos sentidos sugieren una forma de poder que subyuga y
sujeta”.
Michel
Foucault. El sujeto y el poder.
Foucault nos cuenta qué es el sujeto con
respecto al poder, de la misma manera que Juan Muñoz lo hace en esta obra, pues
el sujeto de poder (el definido) impone sobre el sujeto corriente nada
más que la subordinación ante su ‘yo’,
es decir, ante su modelo, su pauta de conducta, su manera de pensar, etc. Así,
como la cabeza nos dice cómo debemos mover los pies para andar, así es como el
sujeto de poder dice dónde debe dirigirse lo que Ortega y Gasset denominaría
‘el hombre masa’. Entonces, ¿acaso es libre el sujeto corriente o el hombre
masa? En absoluto. La masa ha sido convencida de que es libre, pero en realidad
es puro reflejo y motor del sujeto de poder, e incluso cuando este ‘hombre
masa’ intenta revelarse, es carente de poder como individuo, es más difuso aún
que toda la masa junta, suele ser
apartado con lo que Michel Foucault denomina ‘práctica divisoria’, definido como un loco, es convertido
prácticamente en un no ser. Y, aún cuando la rebelión de éste es conjunta,
apoyada por una alteridad a la que reconocemos como ‘nosotros’ (es decir,
nuestra clase social o un grupo de ideología afín), los mecanismos de
pensamiento, las estructuras de nuestro conocimiento, han sido marcadas por el
sujeto de poder. Pongamos un ejemplo muy simple: a todos nos parece mal la
violencia, tanto contra cualquiera de nuestro grupo (social, familiar) como
contra cualquiera externo a nuestro grupo (externo a nuestra círculo de
relaciones más cercanas). Por ello, nuestro comportamiento general no será
quitarle (mediante la violencia) a nuestra alteridad aquello que nosotros
creemos necesitar, o necesitamos, pues arrebatar la propiedad privada de un
individuo no solamente nos parece mal, sino que constituye un delito en nuestra
sociedad. Entonces, deberíamos presuponer que el sujeto de poder que nos impone esta ley (moral y jurídica) debe
tenerla en sí para ser impuesta. Como vemos a diario, el poder siempre usa la
violencia y arrebata los recursos a otras naciones o incluso a sus propios
ciudadanos usando la violencia, enmascarándola siempre bajo una excusa de
necesidad pacificadora o de protección (nuevo objetivo del poder pastoral según
Foucault) a través de las armas. Por tanto, hay una diferencia entre el ser y el
no ser del sujeto (lo que hace y no hace) con respecto al deber ser que plasma
en la masa (lo que dice que hay que hacer). Esta diferencia es la que sustenta
su poder, pues, volviendo al ejemplo, nadie utilizará la violencia para
arrebatarle su propiedad a los que mandan, es decir, nadie les quitará el
poder.
Si
estuviéramos subordinados al sujeto del poder siempre de manera invariable, no
se habrían producido cambios a lo largo de la historia, por lo que la obra
podría tener un mensaje de resignación ante la realización de una rebelión
contra el poder, pues si hasta nuestras estructuras mentales dependen de él,
nos encontramos tremendamente determinados. Sin embargo, como ya hemos
comentado, esa imagen de masa en la base de las figuras nos hace percibir
también cierta inestabilidad, la cual yo asemejaría con una cierta manera de
transmitir esperanza por la siguiente razón: que la base sustentadora del
sujeto de poder sea inestable puede abrir la puerta al cambio, al fin de ese
poder, pues esa fijeza que transmiten las figuras (a pesar de ser una
conversación, es decir, algo dinámico) puede ser derrocada por la propia masa,
observando previamente éste significado de la sociedad que estamos contando
durante todo el análisis. El espectador al verse ‘aplastado’ por él tras el
proceso de reconocimiento de sí en la obra, puede llevarle a pensar sobre sí
mismo, su papel en el mundo, su necesidad de crear un nuevo yo, un nuevo sujeto y la necesidad de
movimiento, de cambio, en definitiva, de empujar la figura, de querer un orden
nuevo.
Pero, si esto es así ¿por qué plasmarlo todo
en una misma figura y no enfrentar a dos figuras diferentes caracterizadas de
manera más clara?
Es muy posible que lo que nos quiere decir
finalmente es que el sujeto de poder y el sujeto masa o sujeto corriente que
hemos comentado anteriormente, no son más que un efecto espejo entre el uno y
el otro. Cuando el sujeto masa consigue llegar a ser sujeto de poder, no vuelve
a preocuparse de conseguir un mundo mejor. Es decir, el sujeto masa quiere un mundo mejor, pero a la vez quiere una mejor
prosperidad individual. Cuando consigue esta segunda, se olvida del
objetivo primero y contribuye a la fijeza y a la continuación de la
inestabilidad y la posición del poder. En mi opinión, se trata constantemente
de introducir un debate entre determinismo y libertad. ¿Somos libres cuando
actuamos o nos encontramos siempre profundamente coaccionados por nuestro
contexto, estructura o ideología de manera inconsciente?
Siguiendo con el análisis, cabría destacar
que los rostros de las figuras humanas cumplen el prototipo de hombre racionalista
ilustrado, y, por tanto, el triunfo de este pensamiento en las sociedades
contemporáneas. Como sabemos, la posición racionalista ha triunfado como
pensamiento, pero quizás no tanto por su eficacia, sino más bien por su
manipulación. En la actualidad, constituimos la primera sociedad que tiene un
poder de información que llega a todas partes por vía audiovisual. Nunca antes
el poder había podido transmitir y significar aquello que quisiera de su
ciudadanía de manera tan rápida, efectiva e igualitaria. El poder ha designado nuestras vidas a través de un foco de información
principal, la televisión, controlada por grandes corporaciones que querrán
siempre proponer unos arquetipos a los espectadores. En base a la televisión,
finalmente, se están educando generaciones, y no de manera correcta
precisamente, sino simplemente con la idea de confirmar el poder, excusar las
guerras o justificar el comportamiento vejatorio del Estado o las grandes
compañías ante diferentes situaciones; en definitiva, la sinestesia que nos
comenta Buck-Morss. Esta idea nos vuelve a unir con la división entre el
arquetipo de sujeto y la enajenación que le ocurre a las personas al seguir
este modelo sin cuestionarse absolutamente nada. Nos vuelve a unir con la concepción
del sujeto definido y la masa en un solo cuerpo. Sin embargo, cabría explicar
cómo ha llegado a dominar este sujeto racionalista modélico al hombre de a pie,
lo que Foucault denominará poder
pastoral, pues domina de una forma tanto individualizadora como
totalizadora, en tanto y cuanto a las tres primeras razones que Foucault da
sobre la conformación de este poder. La cuarta razón es la que más me sugiere a
mí una relación con esta obra de Juan Muñoz, que es la siguiente:
“Finalmente, esta forma de poder no se puede ejercer sin conocer el
interior de las mentes de la gente, sin explorar sus almas, sin hacerles
revelar sus secretos más profundos”.
Michel
Foucault. El sujeto y el poder.
En cierta manera, me parece más interesante
este último punto porque pone de manifiesto de nuevo el control del poder de la
manera más invasora, el control del arquetipo sobre los individuos. Sin
embargo, ¿cómo llegan a conocer nuestras vidas y nuestra intimidad? Es obvio
que las obras son esclavas del tiempo en cierta manera, pero Foucault y la obra
de Juan Muñoz, quizás ya ponían en
órbita que lo establecido en el futuro sería la continua expresión pública de
nuestra intimidad (redes sociales). Aún así, puesto que esto sería una
reflexión posterior que ha sobrevenido al contexto histórico de Pieza de conversación, no deja de ser mi
visión desde el punto de vista del espectador (del lector como repetiría
Barthes en La muerte del autor), y,
si nos fijamos, vemos como lo que toma importancia en la obra constantemente,
no es lo que el autor quiera o no decir, sino qué es lo que a uno le transmite.
Analizada la figura individual de la
composición escultórica de Juan Muñoz, podríamos pasar a fijarnos en el espacio
y la repetición de las figuras, atendiendo a los tres aspectos siguientes que
más me han llamado la atención: ¿Por qué el espacio está concebido de esa
manera? ¿Por qué no hay contacto visual ni dinamismo en la conversasción? ¿Por qué existe la repetición de las figuras?
A la primera de las cuestiones, quizás la
más sencilla de vislumbrar, podemos contestar aludiendo de nuevo al papel que
desde los años sesenta y setenta toma el
espectador, que deja de ser un espectador desinteresado, a ser un observador
participante. Este espacio donde se disponen los cuerpos está hecho para
ser recorrido a través, pero no con una facilidad pasmosa, sino que las figuras
se encuentran a nuestro paso, y en el caso de que más personas estén
recorriendo la obra, nos toparemos también con ellas, creando así en nosotros
la sensación de tener unos espectros inmóviles que no se desplazan, las
figuras, mezclando la doble sensación entre el movimiento y la rapidez del
mundo con la necesidad de tener que pararse a pensar sobre lo que en ese momento
estamos viendo. En mi opinión, es posible que si yo me encontrara en tal
situación sintiera cierta sensación de claustrofobia,
aspecto que me parece recurrente en algunas obras de Juan Muñoz, como Double
Bind, cuyo título quizás
resuma el sentido que intenta dar el artista a menudo, una dualidad constante.
Respecto a la segunda cuestión, los sujetos
que nos conforma Juan Muñoz, por lo que podemos observar, ni se miran, ni se
hablan a pesar de titularse Pieza de
conversación. Quizás sea porque el hombre arquetipo que recurrentemente
hemos estado mencionando, está tan ensimismado
que o es incapaz de tratar con una alteridad, o tiene tal concepto de sí que no
ve más que su propio reflejo en la otredad. Si incluimos el aspecto que he
comentado en respuesta a la anterior cuestión autoformulada, sobre la inclusión
de otros espectadores que al igual que nosotros intenten ver y recorrer la
obra, podemos ver la relación dialéctica del ser humano en la actualidad. Un
montón de personas, recorriendo un espacio e identificando algo que propiamente
dicho no tiene vida, sin pararnos
ante nuestro vecino observador a compartir
nuestra percepción de la obra.
Normalmente, no miraremos a otro, ni hablaremos a otro sobre las figuras; seremos fieles espejos de ellas, que
tampoco se miran ni conversan entre sí, con una sustancial diferencia: nosotros
nos movemos, tenemos vida, es decir, podemos cambiar.
La última cuestión puede ser un compendio de
las dos anteriores, aunque podríamos de nuevo incluir aquí la repetición constante de ese hombre masa de Ortega y Gasset, pues
como hemos dicho en el párrafo anterior, nuestras actitudes serán igual de
rígidas como espectadores los unos con los otros, tan distantes y concibiendo
al otro como ausente, que caemos en la
propia trampa de la Pieza de conversación, una conversación que no la forman los
sujetos de poder que fijos en el espacio descansan, sino una conversación que
nosotros mismos debemos tener con ellos, con nuestro ‘yo interior’ y con el
otro, de manera que salgamos de la objetivación
que realiza nosotros el poder (tal como diría Foucault) y podamos construir un
‘yo’ lejos de ser un ser que camina por el mundo sin atender verdaderamente a
lo que en relieve está constantemente: la
soledad.