La Ilustración llegó para abrir la puerta al Antiguo Régimen y destruir la jerarquía clásica que durante siglos había imperado por Europa. De repente, lo importante eran las ideas, sin depender del estamento social donde se nacía. La Igualdad nació como la bandera de un movimiento intelectual del que hoy hacemos gloria, pero quizás no le hacemos honor.
La rueda del tiempo giró hasta el siglo XX,
esperando que todas aquellas ideas de la Ilustración se hubieran asentado sobre
sistemas democráticos. En cambio, el siglo XIX trajo muchos avances, y también
trajo el evolucionismo y la excusa, por tanto, para iniciar el Imperialismo del
siglo XX y las dos Guerras Mundiales, que dejaron los ideales tiritando de
miedo ante la monstruosidad del hombre, de ese hombre que se supera a sí mismo,
de su supuesta evolución, de su gran progreso.
Cualquier persona que comenzara a estudiar
todo este período, seguramente, presupondrá que lo siguiente a las masacres
mundiales es la paz y la calma. En efecto, una paz inquietante. Las luces de la
humanidad se habían apagado. Por un lado, se generalizaba el escepticismo sobre
las ideas y el papel del hombre en la historia. Por otra, nadie cogió una
batuta que tuviera el suficiente peso de autocrítica. Por su parte, los
gobiernos siguieron hacia adelante sin preocuparse si los fantasmas del pasado
les perseguirían, por lo que Estados Unidos y la Unión Soviética se ocuparon en
creer que era amenaza todo aquel que no pensara como uno u otro.
Estados Unidos quiso vender que era la paz,
mientras salía en los periódicos retratada como la Guerra personificada. La
juventud de los años 60 y 70, no se creyó que la paz se alcanzara empuñando un
fusil, ni vieron en la obediencia la supuesta libertad que suponía agachar la
cabeza. Explotaron en un júbilo de cambio de mentalidad, reflexionando sobre el
sujeto y su relación con el poder, sobre la idea de libertad e igualdad que
decían tener todas las democracias capitalistas.
Es en ese momento, cuando nace el hippie.
Melenudos pacifistas de infinito amor que no querían armas ni conflicto.
Querían vivir en comunidades igualitarias al margen del orden mundial, de la
burocracia, del poder. Sin embargo, los hippies no podían ser eternamente
jóvenes, y crecieron al fin integrándose en la vida cotidiana, en la vida
adulta. Tuvieron hijos, los de nuestra generación, que crecimos en un boom
financiero irreal, arrastrados por el consumo sin control. De repente, el
hippie ya no quería amor, ni quería vivir en colectividad. De repente, el
hippie quería un todoterreno, una casa en la ciudad y una en la playa, y si su
deuda se lo permitía, también unas vacaciones en el Caribe. De repente, el
hippie quería tener conversaciones sobre vinos, el grado del aceite o los CV de
un motor. De repente, el hippie quiso ser yuppie. Quiso ser todo aquello que
criticó, dejándose llevar como el que vive sin objetivos ni deseos y navega sin
control. Quiso ser como el poder, quiso tener dinero.
Un buen día, el nuevo yuppie se levantó una
mañana y el poder le puso un ataúd donde normalmente encontraba las alpargatas.
Comenzó esto que llaman crisis, que en sí es una estafa, y, otra vez, el yuppie
quiso ser hippie. Quiso hablar de la opresión del poder. Quiso hablar de igualdad.
Quiso hablar de ideas, sin percatarse de que se había convertido en un camaleón
guiado por sus circunstancias. Las ideas ya solamente tenían valor cuantas
menos tarjetas de crédito podía tener. ¡Qué tristeza la suya! ¡Qué infinita
justicia! –pienso yo–.
Nos toca hablar a los de nuestra generación,
que no entendemos la corrupción de la de nuestros padres, ni entiende qué
diferencia hay entre estamento y clase social. Cierto es que se abrió la puerta
para que saliera el Antiguo Régimen hace trescientos años, pero se abrió la ventana
para que el Nuevo Poder nos siguiera empujando al vacío, para que nos tiráramos
por aquella si queríamos ascender de clase, para que pensáramos en el dinero
como valor absoluto. Por todo ello, despido al viejo hippie y nuevo yuppie. Es
hora de tomar la acción.
wow
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