No es extraño que cada vez que tengo que ir a un centro comercial, acabe
en alguna librería del mismo. Normalmente, no compro nada, simplemente doy un
paseo, miro alguna novedad que pueda ser interesante. Hoy no. Hoy buscaba algo
concreto.
Me apetecía investigar sobre dos temas: animales e historia antigua.
Empecé el recorrido marcado por la tienda que hacía dar la vuelta a la misma
para acabar en la salida. Después de pasar todos los cachivaches tecnológicos
que no me son ajenos, pero tampoco me importan demasiado, llegué a los libros.
Estaban cambiando los estantes. Donde estaban las recetas de cocina, rezaba el
título del estante “Historia universal” e “Historia de España”. Al lado “Filosofía”
y “Religiones” Cada una con un estante pequeñito, donde debían caber todas esas
cosas que hoy cuando las estudiamos nos acosan con la chirriante pregunta ¿para qué sirve eso? Todas esas cosas que
componen todo lo que hemos sido y todo lo que somos. Ya tengo asumido que eso
poco importa. Sin embargo, todavía debajo estaban los libros de cocina y
casualmente los de animales y botánica. Allí poco encontré que me interesara.
Yo quería leer sobre la fauna ibérica, pero encontré principalmente libros
sobre faunas de sitios remotos. Hawaii, Tailandia, botánica oriental, botánica
americana, psicología perruna y cómo hacer un montón de cosas. Cómo hacer
jardinería en tu hogar, cómo hacer jardinería en tu patio, cómo pensar como un
gato, cómo convertirse en un experto en no se qué…Doy gracias que al lado de La biblia de la astronomía no hubiera
uno que se titulara “cómo ser un imbécil”. Aunque había algo parecido, un
montón de vagos impresos de autoayuda.
Puesto que no encontré nada de aves y peces de la península que era lo
que yo buscaba, fui paseando por otras zonas. En una zona destacada, junto a
otros títulos variopintos, había un libro minúsculo: “Cómo ser una buena esposa”,
Alianza Editorial. Lo abrí al azar, sin miedo a miradas de desaprobación, y lo
primero que leí fue: “usted, como mujer, no espere ser feliz”. Mi alboroto
mental era ya supino, así que seguí mi camino entre un aguacero de novelas y
relatos que marean. Por fin llegué a donde estaban los libros de Historia,
donde decía “Recetas de cocina”. Empecé a buscar en un manantial y no quedé
menos mareado: “La verdadera cara de Franco”, “Franco con franqueza”, “La cara
oculta de Franco”, “Breve historia de...”, “El carisma oculto de Hitler”, “Los
secretos de los dictadores”. Biografías de todos los personajes que pueda uno
imaginar. Había de todo, menos historia. Allí había autobiografías no
autorizadas, un estante de trapos sucios de personajes importantes. Yo quería
encontrar algo un poco menos específico, algo que me contara como vivía un don
nadie de alguna época. Imposible.
Me di la vuelta y vi un mostrador
con diez libros de ensayo y uno de ellos era: “Manifiesto comunista, Marx y
Engels”, Alianza Editorial. Al leer esto último recordé que de ser mujer, no
podría ser feliz…Cosas de las editoriales. No es que no encontrara nada de la
historia que yo buscaba, pero todo era o “Breve…” o directamente el nombre de una
ciudad o un personaje. Llegué casi a convertirme en un profundo monoteísta cuando
vi “Historia de España completa”, volví a ser un descreído cuando era el
volumen VII y no había ninguno más.
Aburrido, como última esperanza fui al estante de libros de cine
esperando encontrar algún guion, pero otra vez no pude conseguir lo que
pretendía. Eso sí, todo eran libros que rezaban: “Cómo escribir un guion”. Eso
sí, sus autores no habían triunfado en el mundillo. Entonces era mejor que
escribieran “Cómo no escribir un guion”. Queriendo salir corriendo, no lo hice
por no parecer un ladrón, así que andando a la salida me bombardearon con
merchandising abundante de Star Wars, recordé que George Lucas estaba indignado
con la venta a Disney de su religión secular y lo entendí todo.
Casi todos los libros se enfocaban a cómo ser, cómo hacer, a una
conversión casi religiosa en un oficio, en una actitud vital que los
potenciales lectores no tenían. Incluso en Historia estaba reinando la extrema
personificación de la misma, tanto, que abruma un poco que el contexto sea
hasta desconsiderado. El individualismo sin contenido, el vacío existencial, la
necesidad de anecdotario, la pose comercial…Me pareció haberlo leído antes. De
camino al coche quise recordar y recordé “Los escaparates mandan” de Ortega y
Gasset y “La náusea” de Sartre. Todo me pareció en este día primaveral muy
sombrío, muy ruidoso. Pensé en el progreso como si Moisés y sus creyentes
fueran por una carretera infinita sin tierra prometida. Luego recordé cómo se
consiguen las tierras prometidas, cómo están muriendo en el barro de Grecia
aquellos no refugiados y cómo nosotros jugamos al ping-pong en busca del
aturdimiento entre la sobreinformación y el entretenimiento. La hora de comer
se va acercando con sigilo para perpetrar en mí un momento de descanso mental. Sin
embargo, todo eso que no importa, todo eso que es el mundo, no desaparece.
Permanece ahí, carcomiendo mi mente a cuentagotas, con razón.