martes, 9 de febrero de 2016

MI GENERACIÓN, por FERNANDO MONTERO (1980)

Reproduzco un artículo de 1980 de mi padre, para la revista Adarga, con cariño, por su rabiosa actualidad.

    Hace unos catorce años, los Who titularon así una de sus más conocidas canciones; hace unos catorce años, la efervescencia del mundo joven se aupaba exultante; hace unos catorce años, en España existía una dictadura, y hace unos catorce años hacían sus primeros escarceos los antecedentes del pasota.

    Hay una diferencia sustancial entre los muchachos que dejaban de romperse los zapatos jugando a la pelota y aquellos otros muchachos de hace cuarenta y tantos años que ya iban bien si tenían zapatos. Estos últimos se metieron en un proceso revolucionario, quizá porque las inmediatas condiciones sociales les llevaron a ello, y estos otros hemos brujuleado entre la contestación, la rebeldía, el hastío y el pasotismo. Unos reivindicaban trabajar y los otros, el no hacerlo. Unos soñaban con un cambio social y los otros con que les dejen en paz.

    Sin embargo, nadie se resigna a dejar de contar sus vicisitudes. Todo el que piensa que tiene historia no suele escribirla en un libro; se la cuenta insistentemente a todos los que tiene a su alrededor. ¡Qué distintas efemérides y cuánto pegote notorio! De las aventuras excitantes de la revolución a las no menos atrayentes de los ácidos en Nochebuena, los canutos en el parque, las comunicaciones comunitarias o los viernes por la tarde en los conciertos del MM. Y aunque se dice que el hombre es el único animal capaz de superar sus circunstancias, quien más y quien menos anda a cuestas con el orteguiano "yo soy yo y mis circunstancias". Los que ahora tenemos más de veinte y aún no llegamos a los cuarenta tuvimos una represión distinta a la del hambre. Nuestra represión fue cultural y sociológica más que política. Lo político era muy sencillo, tanto, que suena a maximalista: había que cepillarse al régimen.

    Hoy no está aquel régimen, pero hay una generación, casi toda una generación, que se debate entre la decepción y la desesperanza. Pomposamente se les llama pasotas. A mí me parece que los pasotas son algo contradictorio y complejo, porque ante todo son un producto de su tiempo. En potencia resultan una gente de derechas, porque con la inhibición no se cuestiona el sistema; pero yo diría que tienen una fina sensibilidad izquierdosa, propia de esa innata rebeldía ante todo lo que suene a autoridad. Los pasotas son esa especie de acracia feliz, o libertarios de derechas, que dicho así suena raro; pero las definiciones tienen el problema de complicar a veces lo definido. La lucha real, que no dialéctica, de estos dos componentes lleva a esa calle de en medio que no tiene salida.
Me parece, cada día más, que el movimiento anarquista desperdició o está a punto de desperdiciar todo ese potencial de insatisfacción que está en la calle. No se trataba de capitalizarlo al modo de los partidos políticos, sin inculcar la necesidad de la lucha estructural. De hecho, no ha habido sintonía entre la calle y los libertarios organizados. Ha habido, eso sí, incomprensión, sectarismo y, sobre todo, falta de paciencia. Porque hay mucho pasota que, rebotado de partidos políticos, se pone en ascuas cada vez que se le habla de una organización; porque hay mucho pasota que se da cuenta de que en realidad no pasa nada; porque hay mucho pasota que desea ver una perspectiva clara de lucha; porque hay mucho pasota que está harto de que le conviertan en moda progre; porque hay mucho pasota al que damos un cierto retufo a "nueva iglesia"; porque hay mucho pasota que curra para comer y no ve posibilidades de lucha en las confrontaciones laborales; porque hay demasiados porqués que no se han analizado.

    En este juego de la sucia política de cara a los jóvenes parece que vale todo. Se pueden inventar autonomías, se puede legalizar la hierba, se puede jugar a modernos desde las Diputaciones, hasta que llega un fulano que dice: "Yo ejerzo de pasota con algún desliz inconexo". ¿Y qué? Pues a darle a la bolita, que esto es como rizar el rizo de las falacias. Por ejemplo, en Andalucía, donde más parados y pasotas se ubican, han tratado de sustituir la conciencia social por una supuesta conciencia nacional. ¡Vaya un bisnes que han hecho los andaluces con el estatuto! Pero en las manifestaciones proautonómicas de los partidos de la izquierda no se han escuchado consignas como "un porro, una tía y Estatuto de Autonomía" o "Ácidos, canutos, queremos un estatuto". Mi generación les está fallando.

    Es que todo es aburrido, me dice un porrero amigo: -Pongo la tele y escucho: "Se han entrevistado el secretario general del partido tal, con el ministro cual. Ambos estadistas pasaron revista a los temas de actualidad y manifestaron, una vez concluida la entrevista, que ésta se había desarrollado en un clima de cordialidad y con enorme sentido constructivo". Un día sí y otro también. Pongo la radio y hasta la FM se ha vuelto un coñazo. La "nueva ola" esa no hay quien la aguante y yo soy como la canción de los Jethro Tull "demasiado viejo para el rock and roll, demasiado joven para morir". Voy al parque y si no hay peta no te enrollas, tío. El cine es un muermazo, y a mí las discotecas nunca me han ido: mal rollo, música mangui, ¡que paranoia, colega! El tate está caro y cada día es más chungalí. Me flipa el jazz, pero viene alguien farde y te clavan casi un talego, tronco ¡que es demasiao! Y encima la madera to el día en la calle. No te puedes pegar una movida tranquilo. Los picotazos tienen unas subidas chungas y además hay un golfeo macarra que alucina, hermano. Luego planto un tiesto en la Kell (sic) y leo en un libro que el rock mata la maría. ¡Qué mogollón, tío, qué mogollón!

    Le dejo al pobre, porque está a punto de coger un complejo de carroza, aunque no es tarra el amiguete. Otro colega que va para sexólogo o algo parecido me dice que la lotería y las quinielas son un factor importante en los países capitalistas. La sublimación de la suerte para combatir la miseria de la vida cotidiana. Los pasotas ya ni hacen quinielas. Un tercero, que va para sociólogo, me divide a los pasotas en: macarrillas, intelectualoides, justificacionistas e idealistas. "¿Hay filosofía pasota?" le pregunto. "Bueno, pues teniendo en cuenta que los pasotas tienen una mezcla de existencialismo a lo Kierkegaard y nihilismo de Nietszche unido a un vitalismo esperpéntico con atisbos comunales y rituales orientalistas..." Este hombre no ha entendido nada. Yo, tampoco.

    Seguimos la ruta, estoy dispuesto a escribir lo que sea con la condición de que no tenga un ápice de moralina. Un supuesto anarquista ha arremetido contra esta gente como no lo hubiera hecho el tipo más retrógrado. La incomprensión a la que aludíamos, porque de esa guisa no es extraño que gane la partida hasta el cura de la parroquia. Los curas son listos, los políticos son listos y los que deberíamos agudizar el ingenio nos metemos en las torres de marfil y esperamos que caiga el maná; traducido: que la gente venga, se conciencie sola, perdón, comparta nuestros puntos de vista.
Mi generación continúa deambulando por las calles a la búsqueda de todo o de nada. Una más de las generaciones perdidas que han pululado por la Historia en una etapa de cambios. Es la juventud de la era de la tecnología y la informática. Pensando en la bomba atómica y el humor de Woody Allen.
El parque cada vez es más sombrío; otoño y las hojas secas suenan al son de las pisadas. Paseo despacio con mi amigo el porrero. El tibio sol no nos llega a calentar el coco. La cerveza de las dos de la tarde, la charla habitual, las mismas caras y las mismas gentes.

    Comemos juntos, el café humea y hablamos de viejas cosas. Esas efemérides nuestras. Los viajes de saco y macuto, las grandes bascas de principios de los setenta, la música que ya debe sonar un poco vieja. Nostalgia, nostalgia, nostalgia. En la calle, la extravangancia política hace estragos. "Impotencia para impedirlo" sería un epitafio menos necio que el "passo de todo" crispante. Los días van pasando a ritmo a veces vertiginoso, a veces desesperante. "Un colocón, que no lo soporto", apostilla mi amigo. Es edificante observar cómo se pasa de líderes, y a los que no quieren líderes es difícil acoplarles sucedáneos.

    Estuve dándole vueltas al tema, conversé con los socios de mi generación y se fueron desvanenciendo los halos mágicos. El sueño ha sido largo y por ahí es irrealizable. Una revista marginal decía que sólo quedan dos caminos, la esquizofrenia o las barricadas. El desvaído sol se apaga y los colegas en su mayoría han elegido o les han hecho elegir, que es más doloroso, la esquizofrenia. ¿Quién le pone el cascabel a ese gato?
Fernando Montero para la Revista Adarga, 1980